jueves, 29 de julio de 2010

En remodelación


Cállata se encuentra en etapa de remodelación.

Volveremos pronto con nuevas historias envueltas en un diseño cuyo cambio será palpable a nuestros lectores. Todo sea por mejorar una y otra vez.

Atte. Los Callalités.

viernes, 23 de julio de 2010

Tiempo de ¿relax?


Aquello de las vacaciones tiene algo de particular: tardan en llegar, se van de volada y pasan cosas inesperadas, incluidas las enfermedades que no te dan nunca, más que en esos días.

Tras medio año de chamba, decidí que era momento de tomar un break. Con los preparativos medio hechos, cambiando de planes y tomando decisiones con pocos minutos para repensarlas, llegó el último día de trabajo.

Un día extra pedido para ver el arranque de la Selección en el Mundial, con todo y desmañanada y reunión de waffles y Quik, sustituyendo a las chelas y botanas, y tocó el turno de empacar y revisar que todo estuviera en orden.

Cuando haces la maleta a toda prisa, corres el riesgo de olvidar la mitad de las cosas indispensables, pero cuando la haces con todo el tiempo del mundo, corres el riesgo de llevarte medio closet y hurgar donde jamás metes mano y donde seguramente no hay nada que podrías necesitar.

Así fue. Saqué un banquito -rojo, eso sí-, que nunca había usado, pero que, cuando lo compré, juré que sería de gran utilidad.

Dispuesta a subir en él, no encontraba el correcto mecanismo para abrirlo; moví las patas en el lado opuesto hasta que quedé prensada del dedo gordo entre dos superficies metálicas que estaban prácticamente pegadas con mi mano en medio.

Queriendo gritar de dolor, pero pensando que el tiempo de reacción sería valioso para salvarme, emití un "aaaauuuu", medio discreto para lo que estaba aconteciendo, y dediqué mis pocas fuerzas a tratar de separar con el otro brazo aquel desastre que jamás hubiera logrado reparar.

De haber estado sola, habría tenido que salir corriendo de la casa, cual loca con banquito cargando, a pedir auxilio. Afortunadamente, mi novio salió al rescate.

"¿Estás bien?"....

...."Ayúdameeeeee"....

Tras levantarse de la cama con un salto chapulinesco, analizar la situación en el medio segundo en el que llegó al lugar de los hechos; no identificar el funcionamiento del mecanismo, pero lanzar un puñetazo a la base del asiento, que, DE MILAGRO, atinó al sentido correcto; y yo, en estado de shock sin poder hablar ni para advertir hacia dónde moverlo.

Mi dedo quedó liberado al instante, morado, flaco como calcomanía y con un hoyo -que aún no me explicó cómo pasó-. Juré que estaba roto, esguinzado o algo por estilo.

Mientras él corría por hielo, yo empezaba a llorar tras liberar la adrenalina del susto. Cual película de terror, y, sin exagerar, en ese momento se nubló el cielo, sonaron ambos celulares, uno tras otro, cayeron dos rayos, con los sucesivos truenos a todo volumen, que me asustaron aún más.

Una de las llamadas a mi teléfono fue para preguntar si no le habían robado a él su celular porque un individuo se había comunicado.

Esquivamos el sonido de la tormenta, el cambio de hielo, tirando todo lo que se cruzaba en su camino; las lágrimas, la temblorina, la revisión del movimiento de la herida, a la par de alertar a la familia por si recibían alguna comunicación extraña.

En fin, no me fui con la mano enyesada a la playa, pero el destino se encargó de cobrármela. En la alberca, sin moverme, llegó una avispa, abeja o bicho extraño, a depositar -una vez más- su aguijón en mi hombro. Ahí sí grité, salté, me sumergí, pedí que me quitaran al animal de la cabeza, con todo y gringos mirándome.

Así que ¿karma... o vudú vacacional?

jueves, 22 de julio de 2010

30 estados, Culiacán y un Distrito Federal


De huerquito siempre dije que sería novio (así hablan los embriones) de pura chilanga.

Por algún extraño motivo, y pese a que mi madre es de la hermana república de Guanajuato, siempre tuve aversión a la provincia. No algo malo propiamente. Tan sencillo como que siempre vi en la Ciudad de México a todo México. Y lo que hubiera afuera, era una periferia, un agregado, un montón de pueblitos en los que difícilmente habría electricidad. Oh sí, cuando niños somos muy crueles en ciertos aspectos. Incluso en la noción de pertenencia.

Pues bien, por bravucón y bocazas, hoy la vida me ha dado un buen sopetón. Ando con una "culishi", y estoy profundamente enamorado de ella. Me resulta irresistible cuando arquea su tonito de voz y, con ello, logra que yo piense en su faceta más cachubi. No me importan las burlas por las quesadillas de queso: pese a mi aversión del pasado, ahora me fleto mis amaneceres con ella y festejo la relación más atómica de la República Mexicana, compuesta por el Distrito Federal, Culiacán... y el resto.

Sí, fui hablador, sí, me le tiré a la yugular a las de provincia, sí, las coloqué a la altura de Guatemala, pero no importa. Hoy soy feliz gracias al destino que me quitó lo testarudo y me convirtió en víctima del embrujo "culishi".

Por cierto, las especificaciones que me dieron alguna vez acerca de las mujeres de Culiacán son verdaderas. Brindo por ello.

miércoles, 21 de julio de 2010

Cuando sea grande...


Como digna Reina del Norte, mi madre siempre se ha caracterizado por su dura forma de juzgar, su mirada penetrante, su obsesión por la limpieza y su perfeccionismo.

Mientras vivía bajo su tutela, me quejé mil veces de sus regaños exagerados por no tender la cama, levantarme tarde, dejar las cosas regadas en mi recámara, subir los pies a los sillones o a la cama, dejar las puertas abiertas cuando teníamos visitas y un sinfín de etcéteras, pero, sobre todo, odiaba cuando me mandaba a buscar algo y yo regresaba con el clásico "mamá, no lo encuentro", a lo que respondía "te está picando, no puede ser....".

Los años transcurrieron y juré no ser igual que ella cuando creciera (en esos aspectos), pero después de veintitantos años apareció en mi vida Luis, mejor conocido como Inphi y a quien hoy llamaremos "mi karma" o "el vengador de mi madre".

Sí, digo vengador porque en casi 8 meses ha hecho que me trague, una a una, mis palabras y frases, como "yo nunca voy a ser así, mamá", "no voy a regañar a mis hijos", "qué horror que tengas esa obsesión por la limpieza"... todas las he deglutido.

El vivir con una personita despistada y despreocupada me obliga a usar diariamente expresiones como:

1. "Luis, no inventes, te está picando...
2. "A ver.. ahí va la maga a aparecerlo"
3. "¿Traes cola? ¿por qué no apagaste la luz?"
4. Cómo se te ocurre abrir sin avisarme, no ves que está toda la recámara tirada...
5. ¿Te fuiste sin ponerle llave a la puerta?
6. ¿Puedes poner en su lugar tus cds?
7. ¿Qué hace la lap conectada?

Hoy, después de 10 años, lo acepto. Soy igualita a mi madre en muchas cosas... ¿mi Karma o simplemente "de tal palo... tal astilla"?

martes, 20 de julio de 2010

Todo por el extintor


Hay una serie de televisión que, en mi muy personal humor simple, es grandiosa se llama "My Name is Earl". Es la historia de un delincuente que a raíz de una serie de sucesos extraños entiende el concepto de karma y decide componer todo lo que ha hecho mal en su vida.

A quien no la haya visto y tenga un sentido del humor simple, se la recomiendo ampliamente, es muy divertida, un poco estúpida y simple pero muy divertida.

¿Y por qué viene esto al caso? Muy sencillo, no viene al caso, pero quería iniciar recomendando un rato de sano humor.

Debo confesar que la historia que les contaré fue una de las postuladas a ser posteada en el tema de "El robo del siglo", pero por pena a publicar un acto tan deplorable (y un poco de miedo a ser arrestado) decidí omitirla en aquella ocasión.

Fue una noche de fiesta, era el cumpleaños del mismísimo doctor El Perra, en la que después de haber estado bromeando con hurtar un extintor, una amiga puso a prueba mis capacidades y retóme a salir del bar con el extintor en la mano... cosa que no me enorgullece, pero logré.

Al día siguiente, mi madre preguntó de dónde había salido ese gran artefacto rojo, a lo que contesté "Es del coche de carreras".

Toma chango tu banana, el pinche karma se encargó de que mi carrera como piloto fuera una de las más desastrosas en la historia, motores rotos, pistones, anillos, válvulas, un eje trasero doblado.

Pero su más grande manifestación fue cuando en un olvido peligroso, dejé el extintor en el taller de mi tío, residencia oficial del auto 76, justo ese día, el karma decidió darme una lección.

Algo que mi tío nunca había visto, volaron dos pistones, perforaron la pared de 2 centímetros de acero que los separa del mundo exterior y con tremendo agujero, hacer un incendio fue cosa de niños.

Justo el día en que se incendió el coche y nosotros sin el mentado extintor robado, ya que el karma me había cobrado con 6 meses desastrosos intentando echar a andar el armatoste con ruedas, la decisión de asestar el golpe final incendiando el coche fue una ironía maestra.

Así que siguiendo las enseñanzas de la serie que les recomendé al principio, debería regresar al bar, pedir disculpas por haber tomado su extintor y volver a las pistas, tal vez de esa forma lograría terminar más de una carrera cada dos temporadas.

viernes, 16 de julio de 2010

Espíritu del mal gusto



Tras caracterizarnos por ir siempre a los mismos lugares, al jefe de la banda se le ocurrió cruzar fronteras y llevarnos a un lugar kitsch, según él, muy de moda, en el que viviríamos una noche diferente.

Empezó a armar el grupo y, para variar, le contesté: “Oooookkkk”, léase el tono de "ya queeeeeee".

Al primer, “No podemos llevar carro”, debí pensar que no era la mejor idea. “Ahí asaltan, qué miedo dejar el coche, mejor nos vemos donde siempre y en taxi”.

“Órale, pues”.

Así, llegamos a la Colonia Maravillas, ironías de la vida, y frixi los dejé con el dato.

Desde la entrada al “Disco Club Privado”, del cual no revelaré el nombre, -"venga, periodistas, a investigar"-, delatamos nuestra cara de turistas, la cual fue detectada al minuto dos por los asiduos clientes que nos miraban como presas nuevas.

Estilo fonda, con todo y mantelitos de plástico de florecitas, prácticamente agarrados con pinzas para colgar la ropa; sillas de cantina; luminoso como sala de hospital. Los adornos, globos y PAPEL PICADO, cual fiesta de quinceañera, y la música… no tan mala, creo, recuerdo una mezcla de todos los géneros, más las clásicas peticiones.

Hombres con sombrero, botas vaqueras, mostacho a todo lo que da, y pinta de macho men, nos daban la bienvenida con su mirada fija.

Le mentamos la madre unos cuantos minutos al fiel organizador, quien no podía mostrar su nerviosismo y se comportaba como el más “cool”, pidiendo las primeras chelas.

Después de un par, ya bailábamos todos, eso sí, codo a codo, y en círculo, por cualquier imprevisto.

Saldo: le robaron la cartera a uno del grupo, o al menos eso nos dijo. No hubo necesidad de reclamarle a nadie, simplemente, el autor intelectual nos avisó que ya estaba afuera nuestro mismo taxi, pagamos y nos fuimos después de varias horas.

Ya ves, Paquito, de haber sabido que serías el tema de este post..., era cuestión de esperar para que surgiera una de tantas de las que vivimos juntos. Sí, es el peor hoyo al que hemos ido, al menos juntos, jaja, así que ponte las pilas y llévame a conocer tus nuevos lares.

¿Any thoughts?

jueves, 15 de julio de 2010

Realmente... el peor


En el mundo de los tugurios es más fácil encontrar el mejor que el peor de ellos. Y, en verdad, nosotros ya encontramos el peor.

Un table siempre tiene su dosis de "encanto", if you know what I mean. La luz moribunda, la creencia de que uno está seguro pese a las advertencias en cada milímetro, la mirada de los monigotes que marcan la entrada al lugar, el tipo de vasos, la lamparita con la que te alumbran el menú de bebida, la altura del techo, las "formas" de las protagonistas de la noche, la voz inaudible del presentador, la ubicación de los privados, en fin.

Hace poco quisimos indagar Princess Janne y yo un tugurio que se encontraba en una zona muy cercana a las casas de mi suegra y de mi madre. De día parecía otro negocio, pero de noche, con la ayuda de un escalerón metálico de color negro, de pronto todo se convertía en una sucursal del infierno carnal. Pero más que a sexo, el aroma era a lo más chueco que uno puede imaginar. Un tipo cobraba por ver cómo te estacionabas, otro por ver cómo te bajabas del coche, otro por seguirte con la mirada mientras subías las escaleras y otro más por atestiguar tu entrada al lugar. Puro hampón, no menos que eso.

Sabíamos que la encomienda era una hora, un chupe y adiós. Un miércoles perdido en junio y una misión de saber el tipo de tugurio que, súbitamente, había irrumpido muy cerca de una colonia residencial. Y no nos equivocamos.

En toda la extensión de la lógica, el mejor signo de que uno se encontró con Dios es el cielo, y de que uno se topó con el diablo es el rojo del infierno, pero aquí, paradójicamente, hasta lo prohibido era ilógico. Era un table en el que no había tubo, sino simplemente una plataforma para que la chica en cuestión caminara de un lado a otro como hamster e hiciera una rutina enteramente intrascendente.

A eso habría que sumarle la presencia masiva de guarros en comparación con escasos 5 clientes, ya contándonos. En un lugar así... lo último que llega a la cabeza es cualquier variante de antojo y lo primero que impera es la urgencia por terminar el trago y salir de ahí "completo".

Fue suficiente la experiencia y el riesgo. Pedí la cuenta, nos topamos con los pronosticables reclamos de propina y valet parking y, sin rasguño, escapamos del tugurio más bajo de la historia.

Como verán, en el presente relato no hablé de las chicas del lugar. No me vino a la cabeza. No las recuerdo.

miércoles, 14 de julio de 2010

El precio de un berrinche


No tengo tantas experiencias en tugurios y lugares poco agradables, es más, haciendo memoria, creo que sólo recuerdo un par. Uno de ellos es un canta bar de aspecto dudoso que está en acoxpa, bueno, la zona lo dice todo. ¿Cómo caí ahí? gracias a mi amiga Mafer, a su ex novio y a uno de mis ya conocidos caprichos.

Día lluvioso, había tronado con el susodicho y no tenía muchos ánimos de salir, pero un café con los amigos nunca está de más, así que decidí llamar a mi amiga para que me sacara de las cuatro paredes en las que estaba encerrada y escuchando música, de esa que ponemos la mayoría de las mujeres cuando estamos despechadas, ideales para cortarnos las venas. Claro, antes de colgar le aclaré que mi intención era TOMAR CAFÉ, no más.

Como siempre, no me podía fallar, así que se aventó un round con su galán y tras discutir unos minutos lo convenció de ir por mí. La lluvia no cedía, lo cual le ponía un toque de melancolía al ambiente. Llegaron a casa de mi mamá, salí un poco indispuesta (sí, ya había cambiado de parecer) y les dije "y si mejor nos quedamos?", acto seguido, los ojos del galán de mi amiga se clavaron en mí. "Ok, vamos", dije.

Me subí al coche en la parte de atrás y cómodamente conversaba con mi confidente cuando me percaté de que el coche se dirigía hacia San Ángel. Grave error. No recuerdo si ese día o uno anterior me habían propuesto ir a otro cantabar de aquella zona, pero mi respuesta fue clara "No". Simplemente no quería alejarme demasiado de mi casa.

"¿A dónde vamos?", pregunté, pero no tuve respuesta... "¿QUE A DÓNDE VAMOS?", volví a preguntar. "Ay, x, sólo vamos a echarnos un drink", me dijo en regordete. Por supuesto que al ver mi reacción se arrepintió inmediatamente. "Ah no, yo dije que un café", expresé (léase con tono mamón y con la lluvia de fondo) "regrésenme a mi casa, yo no voy a ir a ningún lugar, me engañaron, les dije claramente que .. bla, bla, bla... es más.. aquí me bajo" (obvio no lo hubiera hecho, para ese momento ya no parecía lluvia, era un diluvio). "Janett, ¿estás loca?", me preguntó el tipo en cuestión. "Neta, o me regresan a mi casa o bla, bla, bla".

Total, los convencí. Conocían perfecto el alcance de mis berrinches y no se expusieron, además, creo que los aturdí. Negociamos un momento (en camino hacia mi casa) y llegamos al café La Selva, el cual, para mi mala suerte, estaba cerrado. "Pues ya, no hay más, vamos a un cantabar que está por aquí, ¿va?", expresó el chico. Mi amiga sólo se reía y miraba con ojitos de borrego a su novio, sabía el problema que tendría que afrontar con él, todo gracias a la princesita que venía sentada en la parte trasera. No tuve más remedio y asentí.

Creo que es el berrinche que me ha salido más caro en la vida. No se imaginan el nivel y clase del lugar. Fachada roja, una iguana de metal al lado de unas letras que anunciaban el nombre del tugurio. Entramos y mi sorpresa aumentó. Figuras extrañas pendían del techo y se asomaban por la cantina, sillones poco cómodos, personal.. bueno, ni hablar.. "Ah no, aquí no me quedo.. neta no", dije. Pero el lugar estaba tan, pero tan feo que ninguno de mis acompañantes replicó, nos dimos la vuelta y nos subimos nuevamente al coche.

Ahí no terminó la noche. Como ellos seguían con ganas de divertirse, ya que aún quedaban un par de horas para el toque de queda de mi amiga, y yo me sentía un poco comprometida por mi magno berrinche, acordamos hacer un último intento. Frente a la Vitrola de Acoxpa, en un segundo piso, se veía otro cantabar. Entramos y casi lloro. Mesas más pequeñas que las de mis polly pockets, una nube de humo y los vecinos de peda nada agraciados.

Ese día aprendí lo que cuesta un berrinche... el cover de un lugar de mala muerte.

martes, 13 de julio de 2010

El Congal


A lo largo del último año he sido duramente criticado por contar, en mis historias, hasta el más mínimo detalle de cosas que terminan siendo irrelevantes.

Así, me limito a decir que llegué al Congal, casa de un amigo de mi mejor amigo, dicho tugurio no estaba ubicado en una zona fea, el edificio no se veía mal, más bien, los que lo convertían en aquella cosa eran los residentes e invitados.

La estancia en lo que catalogo como el peor tugurio inició cuando el dueño de la casa nos solicitó subir al departamento mientras él esperaba al resto de la banda.

Al llegar al piso indicado, todo mundo comenzó a tocar desesperadamente...
-¿Qué hacen?
-Pues es que el Mierdegas nos dijo que le tocáramos al Morris
-¿Quién es ese wy?
-Su brother

En ese momento comencé a hacer cuentas y la deducción lógica fue que la madre de Mierdegas y Morris, se encontraba de vacaciones. Cuando el Morris abrió completamente dormido, me presente, y al preguntar para no quedarme con la duda me sacó de mi error, su madre dormía en otro cuarto del departamento.

Al entrar la imagen fue más perturbadora, la sala constaba de un mueble, una mesa con una pecera que en lugar de peces contenía pomos vacíos, la alfombra que cubría el piso de la sala, obviamente no era persa, era alfombra de cuarto mal recortada y estaba decorada colillas de cigarros.

En el baño encontré el "device" más impresionante que la ingeniería ha visto en su historia, un balde que recolectaba el agua que goteaba del lavabo, para después derramarse. Creo que les falló el cálculo, dicho artefacto hubiera servido si lo hubieran vaciado cada media hora, pero al estar lleno, se convirtió en un adorno más.

El punto clave de la noche llegó cuando otro personaje de esa banda, se metió al cuarto, que se ubicaba a escaso metro y medio del cuarto de la progenitora y jefa de familia, con una cosa que acababa de conocer, cinco minutos después solicitó a uno de sus cuates que le comprara condones. Too late fue su respuesta cuando su amigo y mensajero llegó con los globos de latex.

Así, sin considerarme fresa, puedo decir sin duda que ese es el peor tugurio que he conocido.

viernes, 9 de julio de 2010

Un matriarcado


Mis historias de hospitales no han sido tantas, contemplando que he sido la más accidentada desde niña. Puntadas, descalabradas, heridas, esguinces, alrededor de 48 picaduras de abejas y avispas, en las situaciones más inimaginables, como simplemente levantarte de tu toalla después de asolearte e interrumpir su vuelo, estar en una alberca y que decida posarse en tu hombro y atacar, simplemente pisarlas, recargar una mano en donde decidió que era postura territorial, entre otras muchas veces en las que he digerido su "veneno". Y, porqué no, ir aumentando el riesgo: arañas y un alacrán que pisé al echar una "cascarita" con mi hermano pambolero, 5 minutos antes de regresar con mis abuelos a México después de un fin de semana en su querida casa de Tequis. Especialista en sacarles algunos sustos, acabé con la lengua hinchada y en una clínica en la que con un antihistamínico fue suficiente para retomar la carretera.

Ingresos a hospitales, sólo dos: uno de pequeña por escartalina que, por supuesto, no recuerdo, y el segundo, el último año de preparatoria, en el que jugaba semana con semana volley ball con mis amigos, claro, todos hombres. Además de subir mi nivel para después practicar en la selección femenil del colegio, me adjudiqué una estadía de una noche internada.

Estaba amarilla, me sentía fatal, pero seguía jugando, con ese espíritu que ya conocen, hasta que pedí mi salida para prácticamente desmayarme. Me llevaron a mi casa y mi madre al hospital: era hepatitis.

A últimos días viví nuevamente el ingreso a estos lugares, pero esta vez para apoyar a mi tía, persona base y fundamental en mi vida. Estos sitios siempre me han parecido que tienen una magia especial, otro idioma y, como en casi cualquier ámbito, me gusta observar su funcionamiento. Éste, tenía la pinta de un hotel, como los nuevos nosocomios privados; más, si el dueño es el hombre más rico del mundo.

Para decidir si le harían una biopsia, y tras asegurar en diversas ocasiones y frente a sus amigas que ella saldría con su hermosa vesícula, nos dieron la noticia de que no sería así, que al día siguiente se la quitarían y, de paso, harían el procedimiento por el cual estaba ahí.

Pasaron las horas, se fueron uno a uno y decidí esperar un poco más antes de despedirme. No contábamos con que, en "bola", llegaría un médico tras otro a preguntarnos qué nos parecía si la realizaban en ese momento. Ella se limitó a voltear a verme, pidiendo apoyo, asentí sin saber qué estaba haciendo, y juré que tendríamos varios minutos para platicar, organizarnos, recibir instrucciones, etc.

Electrocardiograma, el arribo del gastroenterólogo en playera del equipo español, contando cómo se tuvo que salir de la película "Eclipse", narrando un par de escenas, preguntándome "¿tú quién eres?"; "su sobrina", contesté, cual niña chiquita abrazando un osito que le llevaron de regalo.

"¿Se habrá echado sus chelas en el partido?, ¿no es protocolo traer bata y no arrastrar la voz y presumir el orgullo gallego de sus padres?, ¿qué le dijeron para sacarlo de su día perfecto de semifinal mundialista y cine en familia?".

"Bueno, ya nos vamos", afirmó, tras la llegada del anestesiólogo, el único cuerdo del grupo, y eso, por ser militar.

"??????????". "Ejem... Disculpe, cuánto durará?"; "45 minutos, pero es como un vuelo Acapulco, imagínate que tardará más en abordar que en el vuelo. Sé paciente y dame 45 más, nosotros te llamamos".

Se la llevó antes de las 9 y regresó a la 1 de mañana. ¿A dónde p..... habrá volado el gachupín?

Mi valentía, cual película, de darle un abrazo y un beso en la camilla, palabras de ánimo y despedida, se vio vencida a la media hora, cuando ya tenía a mi madre y a mi abuelita en el cuarto conmigo, quienes además me habían llevado un sandwich. No pensábamos decirle a la nonna por la edad, pero hoy estoy segura de que ese derecho de ser su madre no nos permite tomar esas decisiones. Llegó, lloró, pero estuvo, ahí, esperándo a su hija, quien, para decir verdad, regresó alucinando un poco.

Me dejó a mí en el cuarto y, cuando volvió, parecía que había armado mi reven. La esperábamos 6 y luego 4 personas. Dijo varias incoherencias, entre ellas, que el "pinche doctor y sus secuaces se la íban a pagar porque como había ganado 'México', estaban en playera de futbol". Yo sólo espero que no haya operado así, digo, hay niveles de fanatismo.

Así, muy a nuestro pesar, la dejamos para que descansara; y yo, me fui con sentimientos encontrados, el nervio que pasé al tomar la decisión con ella, por la responsabilidad de decirle a la mejor abuelita del mundo y que se preocupara de más, verla sacar sus figuritas de su cartera y rezar, llorar de tranquilidad cuando la trajeron al cuarto, y, lo más triste, que me pidiera que por favor la dejáramos quedarse a dormir, que no tenía sueño, que la ayudara a que mi mamá se lo permitiera, que, por favor, que estaría muy al pendiente. Simplemente, me partió el corazón y me nubló un poco el juicio al pensar que era una buena decisión a sus 86 años. ¿Cuándo cambiaron los papeles? Duele.

Gracias por este amor que nos hace siempre estar juntos, por estas mujeres, las tres, que son la fuerza de mi vida.

miércoles, 7 de julio de 2010

Se llama Naomi


Como hija de un médico, historias de hospitales conozco muchas. Desde el anestesiólogo que falleció por inyectarse los químicos destinados para sus pacientes hasta la pésima actitud de las servidoras de hospitales públicos.

La verdad, viví una de las peores experiencias en una clínica del seguro, cuando tuve que ir por una pinchurrienta incapacidad, que de haber sabido que sólo serviría para justificar mis faltas, me hubiera ahorrado los tres días que pasé formada y esperando a que me atendieran, claro, sintiéndome de la fregada.

Pero esta vez hablaré de la mejor experiencia. Afortunadamente, pocas veces he tenido que ir a un hospital a visitar a algún amigo o familiar, como mis suegros, quienes recientemente estuvieron internados. Y sólo en dos ocasiones he estado en una camilla, sin embargo, una de mis mayores alegrías están relacionadas con el hospital: el nacimiento de mi mini me, osea, mi hermana menor.

No quiere decir que la llegada de mis otros hermanos no haya sido importante, sin embargo, a Naomi la esperábamos con mucha ilusión, ya que después de 11 años, tendríamos nuevamente en casa a una bebé.

Acompañé a mi mamá a sus consultas, al ultrasonido, de compras.. casi era el papá de la niña, pero justo ese día me quedé en casa, ya que mi padre había cancelado sus compromisos para llevar a la reina del norte con el ginecólogo.

- ¿Hija?, no te asustes, pero saca de la secadora la ropa de la niña, métela en la pañalera, tráete mi bata, agarra la cámara de video de mi clóset, avísale a tus tías y a tu abuela, y vénganse rapidísimo, Naomi va a nacer. Ah, lo olvidaba, por cualquier cosa que llegara a pasarme, el dinero está en.... (la interrumpí)
-¿Quéeee? pero, mamáaaaaaa, aún le falta tiempo

No terminé de decir eso cuando me colgó. Efectivamente, le faltaba un mes y medio, algo bastante peligroso. Obviamente, al llegar a la secadora ya se me había olvidado la mitad de los encargos de mi sacrosanta. Sentía que la que daría a luz sería yo, no ella.

-Rapidoooooooooooooooo, pásenme el teléfono. La pañalera, Fer, sube por la cámara....
-Mamanana (entiéndase, abuela) ya va a nacer Naomi
- Ayy mija, que padre.. y bla bla bla bla bla
-Mamanana, es de emergencia, no se le escucha el pulso a la niña.. tengo que correr.. bye ..

Llegué al hospital, no sé cómo, pero llegué. Corrí como desesperada por el pasillo hasta que vi a lo lejos que unos enfermeros llevaban a mi mamá..

-Espéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerense, grité a todo pulmón

En eso, una cabecita con poco pelo se asomó, era mi papá. Le di la cámara para que grabara el nacimiento de mi hermana, le di un beso a mi mamá en la frente y le deseé suerte.

Tras dos horas de espera, las más largas de mi vida, salió mi papá con sonrisa de oreja a oreja y nos mostró el video. No sé cómo describir ese momento, no podía creer lo que estaba viendo: mi cara en una bebé.

-¿A quién se parece?, preguntó mi papá
- Papá, no manches, es idéntica a como la vimos en el ultrasonido 3D, está súper peluda y se parece a Carla!!!!!!!!, expresó mi hermana con cara de sorpresa

Yo, simplemente no podía hablar. Era el mejor regalo, el mejor momento del año.

Los años pasaron, y hoy, mi mayor alegría tiene 5 años, es la niña más hermosa sobre la tierra, y cada vez se parece más a mí, pero claro, ahora su pregunta es "Hermana, ¿por qué te quieres parecer a mí?, me copias en todo"... eso.. no tiene precio.

martes, 6 de julio de 2010

El fin


Por difícil e inverosimil que parezca, el tema de esta semana no fue inspirado por la necesidad de un doctor que cure los grandes vacíos que dejan las deserciones de Muñoncita y La Thi, fue el resultado de tener un médico presente al momento de decidir los siguientes temas de este blog.
Tampoco se vayan con la finta de que con este par de elementos caídos este espacio llega a su fin, ya que nos quedan hartas historias que contar. La de hoy, evidentemente relacionada con hospitales.
Así que a lo que te truje, resulta que en alguna ocasión recibimos la llamada de un amigo de mi hermano El Malacopa, un par de semanas atrás habían operado a su papá y su mamá le encomendó la sencilla labor de conseguir donadores de sangre mientras ella atendía a su padre después de sobrevivir a un doble bypass cardiaco.
Al buen Gordo se le olvidó, y su fecha límite era ese sábado, así que por el cariño que mi familia completa le tenía al susodicho, cancelamos planes y salimos corriendo a donar sangre. A mi hermano lo batearon por no dar el peso mínimo de 50 kg, a mi madre por tener un foco de epilepsia, ingerir medicamentos para el mismo, haber tenido hepatitis... así que el único en condiciones relativamente buenas para donar era yo.
Ahí inició mi campaña de donación altruísta de sangre, cada vez que el conocido de un primo de un amigo que acababa de llegar al DeFectuoso necesitaba sangre, yo acudía gustoso a poner mi granito de arena.
Esa carrera de donar sangre para otros finalmente pago dividendos cuando mi madre estuvo internada, ya que además de la gente a la que alguna vez hicimos el paro mi hermano y yo, nuestros amigos quieren mucho a La Jefa, así que no dudaron en ir a ser ordeñados.
El día previo yo asistí a una reunión en la que sirvieron de cenar una taquiza, pura comida grasosa (cointraindicada para la donación del día siguiente), así que se me hizo fácil brincarme la cena.
Al día siguiente llegamos al hospital a las 8 de la mañana, mis tripas ya rugían. Sorpresa, al entrar al banco de sangre parecía el centro en domingo de megaconcierto masivo y gratuito.
A chinga, ¿desde cuando pagan por la sangre? o si no que alguien me explique qué carajos hace toda esta gente aquí.
El tiempo transcurrió lentamente, mientras mi estómago gritaba que necesitaba un taco, o una galleta o ya jodido un licuado.
Por fin, cerca de las 12 del día nos pasan, nos conectan aquellos méndigos jeringones que cual adictos hasta cariño les habíamos tomado. Pero ese día sería diferente.
De pronto comencé a sentir algo extraño, algo que nunca me había pasado, estaba mareado, los brazos y piernas me hormigueaban y estaba sudando frío.
-Oiga señorita enfermera, no me siento bien
-No te preocupes, ya casi acabas
Tres segundos después ya estaba con El Malacopa.
-Oye tu vienes con el de verde
-Sí, ¿por qué?
-Es que se nos está poniendo remalo, ¿tú vas a manejar?
-Sí
-A bueno, entonces no hay problema
Terminé la donación, quedé tendido por espacio de 15 minutos hasta que bajó levemente el mareo, y a paso lento pase a ingerir el delicioso desayuno de hospital, cortesía para aquellos que se dejan picotear los brazos.
Para mí había sido una experiencia nueva, lo que no sabía es que marcaría el fin de mi carrera como donador altruísta de sangre, ya que después de esa ocasión no me dejan donar, ya que soy propenso a volver a ponerme verde como la playera que llevaba ese día.

sábado, 3 de julio de 2010

Just Redondo


En mi familia nos caracterizamos por hacer cosas excesivas o fuera de lo normal. También, nos suceden acontecimientos que a nadie le pasarían. Sin embargo, quien se lleva las palmas es mi papá.

Hace como cinco años, mi mamá me despertó con unos gritos histéricos, como si la estuvieran matando.

Entró a mi cuarto y me dijo: "Levántate que no se que le pasó a tu papá, está tirado en el piso y no lo puedo levantar".

Al acercarme a su habitación, vi a mi jefe tirado, con el tobillo demasiado hinchado y sin poder hablar, gracias a que venía un poquito tomado.

Al preguntarle qué le había pasado, nos contestó ¡¡¡que se había atropellado!!!

Obvio nosotros no le creímos, pensamos que era parte de su borrachera o de sus bromas. Lo queríamos llevar a un hospital a que lo revisaran, pero él insistió en que lo acostáramos a dormir, después de ponerle una pomada para desinflamar.

Al siguiente día, con un poco de dolor en su pierna, le exigimos que nos contará lo que había sucedido en realidad.

Y nuestra sorpresa fue grande, cuando sobrio, nos platicó que se había atropellado él mismo. ¿¿¿??? (Ni que fuera mago).

Pero bueno, para todo hay una explicación.

Él iba manejando rumbo a la casa y quiso prender un cigarro. Traía dos cajetillas: una que ya no tenía nada y la otra casi llena.

Por despistado aventó por la ventana la que traía cigarros y se quedó con la vacía.

Al darse cuenta, frenó la camioneta y se bajó para recoger los otros. Sin percatarse, en lugar de poner la palanca en parking, la puso en reversa.... y cuando se estaba agachando a recogerlos el coche se le vino encima y las llantas sobre su pie.

Nadieeeeeeeee... lo más chistoso fue cuando tuvo cita en el hospital y el doctor no podía creer lo que le había pasado.

Y cosas como estas, nos suceden con regularidad. =)

viernes, 2 de julio de 2010

A ti...



Ante dos peticiones claras, no hay forma de resistirse.

Todo inició en uno de mis tantos chevys, cuando tras una simpatía, imagino, ya que para ser sincera no recuerdo ese primer día, ese primer contacto que en algunas historias se vuelve importante o, al menos, anecdótico.

Después de algunas pláticas, decidí, a través de un presentimiento, invitarlo a un plan entre amigos. Pensé que haría falta mucho más que un café, probablemente varias cervezas y/o un par de botellas, para hablar de nosotros. Pero no fue así, su personalidad transparente me llevó a conocerlo pronto.

Así comenzaron nuestras salidas rutinarias, siempre en aquel auto color baño chillante que se volvió en nuestro mejor aliado. Con 50 pesos en la bolsa nos alcanzaba para todo lo inalcanzable, incluida la gasolina para darle la vuelta al mundo.

¿Cómo terminaba debajo de nuestra mesa una cartón de chelas?, ¿de dónde nos sobraban bebidas para lanzarlas por los aires cual spring breakers?, ¿porqué éramos recibidos por aquellos lares como socios o los mejores clientes?, ¿cómo los 'viene viene' nos movían cualquier auto para estacionar el nuestro? Probablemente era por aquel angelote que llevaba a mi lado en el asiento del copiloto y, después de algunos tragos, como conductor.

Una de esas noches memorables, salimos con el rumbo establecido. Primera parada: el Centro Histórico de la Ciudad de México; segunda, tomar calles tan seguras como Hidalgo a las 4 de la mañana, sola, para encontrar la ruta hacia Periférico Norte.

Todo transcurría normalmente, la música a todo volumen, lamentando el final de la noche, hasta que mi fiel acompañante decidió que la banda de distribución había cumplido su ciclo, en el mejor lugar, la Alameda Central, y en el mejor momento, vestida de antro a los 18 años con el pelo esponjado tras algunos peculiares pasos de baile. Sin crédito en el celular, con 25 pesos de presupuesto y sin poder darle marcha al coche, pasaron muchas cosas por mi mente, pero decidí enfocar el miedo y transformarlo en valentía; tampoco tenía otra opción.

Me bajé muy decidida y caminé hacia a un puesto de tacos, el más cercano, en el que me esperaban cuatro elegantes caballeros. Les pedí una tarjeta telefónica y, además de proporcionármela, pegaron dos tres chiflidos para llamar al 'arréglalo todo' del barrio. Segundo momento de pánico.

Logré comunicarme con mi amigo, a quien acababa de dejar en su casa 10 minutos antes, y quien caminando en pijama llegó al lugar en menos de 3, a la par de aquel mecánico que desahució, tras varios golpetazos, mi querido medio de transporte.

Pagamos la cuota de 30 varos para salir con vida de ahí; una grúa de alguna tarjeta de promoción apareció para transportar la unidad a la puerta del taller más cercano, una llamada contestada por mi hermano adolescente de bastante mala gana y la subsecuente a mi madre, me hizo tener el permiso de no llegar.

Subimos escaleras y escaleras hasta su departamento, al cual nunca había entrado y en el que probablemente soy de las pocas afortunadas, en donde también habría que explicarle a su madre a la mañana siguiente qué demonios hacía ahí, pero nada más nos importó. Dormimos poco y me fue imposible levantarme.

Nos esperaba un día de verdadero terror. Ingeniar qué ponerme –elegimos un disfraz de hip hopera involuntario, con unos pants cuatro tallas más grandes a la mía y unos tenis en los que me cabían dos pies-, pero, sin duda, mucho mejor que el que traía; mover el coche, conseguir dinero y un mecánico, desayunar uno de los mejores licuados que ahora extraño, viajar en metro, microbús y caminar a la hermana república de Satelbronx para llevarme a mi casa en aquel estado, y volver de la misma forma a la suya. Hacerse cargo de todo lo demás hasta revivir aquel compañero que fue testigo de tantas experiencias.

Así nació una amistad, de las más grandes y sinceras que conservo hasta la fecha, con sus altibajos como en cualquier relación, pasando de la mano derecha a la izquierda, al último dedo chiquito del pie, y escalando posiciones con los años, por el simple hecho de aguantar mi difícil y exigente manera de concebir la lealtad.

Hoy, no es necesario ese escalafón. Lo he visto soñar, llorar, enamorarse, crecer y salir adelante, pero siempre a mi lado y con una bondad que conmueve.

Él, aprendió a conocerme, a ignorarme cuando no puede más con mi necedad, a reír, a hablar con la mirada; fue un guardaespaldas, tocó de mi hombro para pedirme las llaves en aquel momento, encontró la forma de burlarse de mí y de él mismo, a aceptar, a guardar secretos, a escuchar, a expresar lo que no le gusta –con mucho esfuerzo-, a respetar y, especialmente, a estar.

A ti, Paquito de mi corazón.

jueves, 1 de julio de 2010

Matiné


Díganme mandil, me vale tres cacahuates, pero aunque hace poco me levantaba y corría directo a abrir mi laptop para hacer algunas de las cosas que ya narró hace días Princess Janne, ahora la onda es diferente.

Si bien es cierto que disfruto dormir con la generala, recientemente mi fascinación consiste en aprovechar que despierto antes que ella para verla, analizarla, observarla y volverla a mirar. Es un ritual sencillo, rápido, silencioso y, por ende, personalísimo. Como el testamento. Se hace cuando nadie se da cuenta. Y hay una sensación de futuro porque existe una noción de seguridad. Por ende, espiar al ser amado tiene su faceta testamentaria.

Lo admito, me compro alegría con billetes de oportunismo. Es cuestión de avivarme con los minutos en los que ella duerme sin saber que yo ya no lo hago. Y la observo. La nariz en calma, los ojos vencidos, la mejilla doblada por la almohada, la boca abierta (sí, así duerme), las manos en pose de fractura y las piernas descompuestas, desquitando el rigor al que ella las somete durante el día. Porque su imagen le importa tanto como lavarse los dientes o escribir con aseo.

Mi función favorita es mañanera. Mis ojos andan y saltan por ahí, y ella... ni en sueños lo imagina. Sé que la princesa me espía de noche porque a mí me derrota primero la siesta, pero a la vez sepamos que yo me repongo antes. A ella le viene todo "después". No es que sea dormilona por convicción, es que yo soy tempranero por elección. Alguien me dijo que al día se desperdician 8 horas en la hibernación del sueño. Yo lo gozo, no lo repruebo, pero también sé que me gusta estar despierto, y empezar a tirar miradas, muchas, cuantas se pueda. Y nutrir al ojo con algo que le guste.

Comenzar a diario con ella. La primera visión. La mejor de la mañana.

¿Cómo mejoro un día cuando se inicia en la cima?