viernes, 4 de junio de 2010

Todo cabe en un jarrito



Por diversas razones, mi mudanza comenzó un par de años antes de lo que realmente sucedió. Acostumbrada a cruzar la Ciudad de lado a lado durante mi etapa universitaria, tras hacer prácticas profesionales aún más lejos, no me preocupó en lo más mínimo vivir a más de dos horas de trayecto de mi trabajo, y, así fue, por casi tres años.

Un buen día, así de impulsivos como somos en mi familia, decidimos empezar a buscar opciones de compra de departamentos para ir planeando nuestro futuro. Después de una larga jornada de más de ocho horas de recorrer diversas colonias, con el primer vendedor que encontramos, regresamos a casa agotados y, no con uno, con dos contratos firmados de preventa.

Somos, realmente, un peligro. Pero eso sí, la emoción que vivimos los tres al llegar a la casa a brindar, no se paga con nada.

Habíamos entendido la mitad de los términos del contrato, nos enamoramos de un departamento muestra, perfectamente amueblado, por supuesto 50 metros cuadrados más grande del que se convertiría en nuestro, en el cual, literalmente, "nos vimos".

Creo que el motor más fuerte de cualquier persona es la ilusión, la cual reflejaríamos en un trozo de papel y un plano.

La entrega que originalmente sería en un año, se alargó a dos; tiempo en el cual, de vez en vez, pasábamos por aquella calle para ver el avance de la obra negra, el primer piso, una ventana... un proyecto.

Así, fui llenando mi closet de pequeños detalles que le darían color a mi verdadera primera mudanza.

Deshacerme de todo lo que no podría llevarme fue el inicio de la despedida inevitable; tarea difícil convencerme a mí misma tras hacer diversas divisiones de lo descartable, lo reutilizable, lo invaluable y, lo peor, lo recordable.

El arribo del camión que trasladaría mi identidad llegó puntual, bajó todas y cada una de las cajas. Mi madre, como siempre en los momentos trascendentes, ayudándome con tanta adrenalina y emoción.

Dejé migajas en toda mi casa, en mi librero, el estudio, el pasillo, en cajones; con la firme promesa de, en no más de 15 días, volver a terminar con lo iniciado.

La maleta más grande y valiosa, en la cual todo cabe sabiéndolo acomodar, es la memoria.

A casi año y medio de este paso, esas anclas siguen ahí, intactas, ¿será desidia o realmente es mi necesidad de dejar una "velita prendida"?

5 comentarios:

  1. Creo que es el sentimiendo de querer que aún exista algo de nosotros en ese lugar donde vivimos tantas cosas. A la fecha, aún tengo varias pertenencias en casa de mi madre y otras en el departamento de la Thi, jajajja.

    No te preocupes, aunque prácticamente no vivas ahí, algunos caprichos te harán pasar más tiempo en tu depa, de vez en cuando.

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  2. Yo no tuve mudanza, me cambie solo con algo de ropa y a la fecha todas mis cosas siguen ahí, cada que voy a comer a la casa o a visitar a Lola por los mágicos viajes de mi madre me llevó algo, ló ultimo que me traje fue un ventilador que compre en K-Mart hace más de 12 años cuando fui a San Antonio con los nonnos en uno de los mejores viajes de mi vida.
    Todo te lleva a grandes recuerdos por más pequeño o insignificante que sea lo que guardas.
    Pablo

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  3. Con un papá guardador (para ser honesta más que guardador) y una madre tiradora... me incliné por la tiradora. Fuimos 9 hermanos y mi madre destinaba UN solo cajón a los recuerdos, así que si quería guardar algo y no cabía: tenía que deshacerse de otra cosa. Tal vez por eso soy poco apegada a las cosas, aunque por supuesto tengo mi querencias. Y a tu pregunta Ojoespia, me late que es desidia =). No lo has usado en año y medio, no lo has necesitado, pero es más fácil dejarlo "olvidado" en casa de las mamás, sobretodo con la tuya que es decente y no tira o que dejaste.

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  4. Ah q bellos son los recuerdos, y aunque sea desidia, tarde o temprano tendras q dejar atras, pero hasta enotnces q vivan los recuerdos en la ksa frente a la acuatica jajaja besos

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  5. Ni cómo ayudarte la herencia es la herencia jajajajjajajjajajja que horror!!!!!!!!!!

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