Con mil pesos en la bolsa, decidí que no podía esperar más a que terminara la eterna huelga universitaria. Así que, a los 20 años, tuve la brillante idea de convencer a una amiga de tomar un camión –de 26 horas de trayecto, por qué no- y de lanzarnos a Cancún a buscar trabajo mientras regresábamos a clases.
En qué momento nos pareció algo sencillo, no lo sé. Pero la aventura inició arriba del autobús, mientras planeábamos nuestros futuros meses en “Miami beach”, interrumpidos por un retén militar y sin importarnos las amenazas familiares de no recibir un solo quinto por esta locura. ¿Mil pesos a esa edad? Una verdadera fortuna.
Todo comenzó a cambiar al anochecer, después de buscar en el centro un hotel de 80 pesos, muy ad hoc a nuestro presupuesto, en el cual tuvimos que atrancar la puerta con una silla; y no es necesario que les describa la tremenda pocilga… que aún no difuminaba nuestras expectativas.
A la mañana siguiente disfrutaríamos del azul del mar Caribe e iniciaría nuestra búsqueda de empleo. Una tarde completa recorriendo antros y restaurantes, ámbitos en los cuales nuestro currículum era nulo, pero qué bien lo garigoleamos con historias ficticias del ramo hotelero.
La buena noticia llegó con la aceptación para entrar al Ok Maguey. Todo pintaba como un verano en Beverly Hills, pero a la falta de experiencia le correspondió el puesto: dos vacantes de garroteras.
No habíamos ni entendido el término, pero sonaba bien haberlo conseguido en dos días, en contra de todas las probabilidades y augurios.
Primera complicación: “Empiezan mañana a las 6 de la mañana y deben portar pantalón negro, camisa blanca y zapatos negros, ¿tienen?”; “Sí claro”. ¿Quién lleva a la playa con 35 grados centígrados unos pantalones NEGROOOSSS?, nosotras no.
Así que la odisea nos hizo, en vez de asolearnos, ir a buscar los aditamentos. Con una cartera que desaparecía minuto a minuto, y más cansadas que nunca, corrimos por los pasillos de cada cadena de autoservicio que se nos cruzó en el camino, y parecía que esta prenda, en realidad no era muy codiciada en ese destino turístico.
El tiempo se hacía cada vez más corto, nos iban a cerrar y con qué cara iríamos al día siguiente en shorts verdes fosforescentes o en pareo.
Antes de darnos por vencidas, encontramos un par. Claro, cada uno valía más de lo que teníamos entre las dos. Fuimos bajando la calidad de la tela –consolándonos al pensar que era temporal, ya vendríamos la segunda semana por nuestros favoritos-, hasta que logramos encontrar el adecuado.
“Llévatelos puestos”, dijo una; “Sí, mejor”, contestó la otra, pensando que nuestra zona de residencia no era la más adecuada para lucir como turista, con todo y el color rosita de la asoleada delatadora.
Llegamos a la caja y nos volteamos a ver, cual agentes secretos, o mejor dicho cual gángsters experimentados, comunicándonos a señas, con la mirada fija y sin decir palabra alguna, fue momento de correr, a toda velocidad, y escapar con la ropa puesta y la otra hecha bolita en mano.
El corazón a punto de salírsenos del pecho, aún no nos hacía entrar en razón. Ya estábamos listas.
Cual ratas de dos patas, arribamos, muy en nuestro papel, puntuales a la cita. Ahí, el destino me pagó con la misma moneda.
“Señorita, tiene suerte. Renunció la hostess. Su uniforme es este vestido mexicano”…
Sin comentarios.
La historia de cómo llamamos a casa, semanas después, llorando por no poder más; de cómo dejamos de vernos porque nos separaron de turnos, deseándonos buena suerte con un abrazo de 3 minutos al día; de nuestro cambio de domicilio, y un sinfín de experiencias… se quedan en la memoria.
Para cerrar, quiero decirles que esta semana, mis compañeros callalités contaron su atraco más fresa, yo les pregunto… ¿porqué no hubo post el miércoles?... No se preocupen, la incógnita será revelada en alguna otra entrega. ¡Ah!, y no se pierdan el domingo estelar.
En qué momento nos pareció algo sencillo, no lo sé. Pero la aventura inició arriba del autobús, mientras planeábamos nuestros futuros meses en “Miami beach”, interrumpidos por un retén militar y sin importarnos las amenazas familiares de no recibir un solo quinto por esta locura. ¿Mil pesos a esa edad? Una verdadera fortuna.
Todo comenzó a cambiar al anochecer, después de buscar en el centro un hotel de 80 pesos, muy ad hoc a nuestro presupuesto, en el cual tuvimos que atrancar la puerta con una silla; y no es necesario que les describa la tremenda pocilga… que aún no difuminaba nuestras expectativas.
A la mañana siguiente disfrutaríamos del azul del mar Caribe e iniciaría nuestra búsqueda de empleo. Una tarde completa recorriendo antros y restaurantes, ámbitos en los cuales nuestro currículum era nulo, pero qué bien lo garigoleamos con historias ficticias del ramo hotelero.
La buena noticia llegó con la aceptación para entrar al Ok Maguey. Todo pintaba como un verano en Beverly Hills, pero a la falta de experiencia le correspondió el puesto: dos vacantes de garroteras.
No habíamos ni entendido el término, pero sonaba bien haberlo conseguido en dos días, en contra de todas las probabilidades y augurios.
Primera complicación: “Empiezan mañana a las 6 de la mañana y deben portar pantalón negro, camisa blanca y zapatos negros, ¿tienen?”; “Sí claro”. ¿Quién lleva a la playa con 35 grados centígrados unos pantalones NEGROOOSSS?, nosotras no.
Así que la odisea nos hizo, en vez de asolearnos, ir a buscar los aditamentos. Con una cartera que desaparecía minuto a minuto, y más cansadas que nunca, corrimos por los pasillos de cada cadena de autoservicio que se nos cruzó en el camino, y parecía que esta prenda, en realidad no era muy codiciada en ese destino turístico.
El tiempo se hacía cada vez más corto, nos iban a cerrar y con qué cara iríamos al día siguiente en shorts verdes fosforescentes o en pareo.
Antes de darnos por vencidas, encontramos un par. Claro, cada uno valía más de lo que teníamos entre las dos. Fuimos bajando la calidad de la tela –consolándonos al pensar que era temporal, ya vendríamos la segunda semana por nuestros favoritos-, hasta que logramos encontrar el adecuado.
“Llévatelos puestos”, dijo una; “Sí, mejor”, contestó la otra, pensando que nuestra zona de residencia no era la más adecuada para lucir como turista, con todo y el color rosita de la asoleada delatadora.
Llegamos a la caja y nos volteamos a ver, cual agentes secretos, o mejor dicho cual gángsters experimentados, comunicándonos a señas, con la mirada fija y sin decir palabra alguna, fue momento de correr, a toda velocidad, y escapar con la ropa puesta y la otra hecha bolita en mano.
El corazón a punto de salírsenos del pecho, aún no nos hacía entrar en razón. Ya estábamos listas.
Cual ratas de dos patas, arribamos, muy en nuestro papel, puntuales a la cita. Ahí, el destino me pagó con la misma moneda.
“Señorita, tiene suerte. Renunció la hostess. Su uniforme es este vestido mexicano”…
Sin comentarios.
La historia de cómo llamamos a casa, semanas después, llorando por no poder más; de cómo dejamos de vernos porque nos separaron de turnos, deseándonos buena suerte con un abrazo de 3 minutos al día; de nuestro cambio de domicilio, y un sinfín de experiencias… se quedan en la memoria.
Para cerrar, quiero decirles que esta semana, mis compañeros callalités contaron su atraco más fresa, yo les pregunto… ¿porqué no hubo post el miércoles?... No se preocupen, la incógnita será revelada en alguna otra entrega. ¡Ah!, y no se pierdan el domingo estelar.
JAJAJAJAJAJAJAJA... ¡no te conocía esas mañas! y no cabe duda que la mejor manera de que los hijos aprendan es dejándolos hacer. ¿Por qué no me dejarían hacer a mi? me quedo con la reflexión.
ResponderEliminarDefinitivamente fue mejor no usar el pantalón robado por el ascenso a Hostess, que haber pagado el pantalón y no usarlo.
ResponderEliminarjajajajajaja buenísimo tu post! TODOS, aunque lo oculten, tienen mañas de "roba cosas" por no decirlo PIOR, pa´qué se hacen!, eso de las palpitaciones es lo más in del asunto...por cierto, te imaginé de "mejicana" con tu vestido colorido,qué imagen!!! Besho! Gracias por el promo =)
ResponderEliminarno sé si hubiera preferido usar los pantaloncitos negros o el vestido rosa jajajaj...q buen recuerdo!!
ResponderEliminarjajjajajajaja Dan te escuche perfecto contando esa historia no. 2587?? jaja la he escuchado mil veces!!! lo mas padre esq a partir de ahi ya tenias ideas en la cabeza tipo: y si me robo ese gel verde quemador?? jajjaa y si nos llevamos esas chelas? y si .. jaja mil mil mas! te amo bruja! xooooooo
ResponderEliminarMe gusta tu modo de contar las cosas. :)
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