viernes, 16 de abril de 2010

El arte de engañar



Buscando dónde establecerme por un tiempo, caminaba por Las Ramblas, después de casi un mes de cargar una maleta de 18 kilos en la espalda, la cual, poco a poco, tuve que ir vaciando en varios botes de basura debido a la imposibilidad de dar un paso más.

Después de un periodo difícil, en el que la confusión no me ayudaba a encontrar un camino claro, la solución fue “escapar” por un tiempo; poner mi ilusión, mi espíritu aventurero y las ganas de vivir en un back pack y viajar.

Tras un arranque atropellado, en el que parecía que difícilmente cruzaría “el charco”, pasé dos noches en Washington D.C., consumiendo mi poco presupuesto esperando a que la lista de espera me permitiera tomar un avión.

Sin equipaje –el cual SÍ había subido al primer vuelo y estaba en París-, llegué a Amsterdam. Lo primero que hice fue comprar unos tenis porque los zapatos habían destruido mis pies, dar un paseo y tomar el primer tren nocturno hacia la Ciudad de la Luz por mis cosas -misión nada sencilla- y, ahora sí, iniciar con mis planes tan desdibujados.

Un par de semanas en Madrid, y llegué a Barcelona, donde se especulaba que sería más fácil encontrar trabajo e instalarme. Tomé el metro con dirección a la universidad para buscar letreros de roomies. Toqué el timbre en un departamento antiguo, céntrico, con techos altos y en la esquina de Plaza Cataluña, en el que me recibió Eve, una inglesa muy simpática y peculiar.

Ella me explicó que en dicho piso vivían también dos italianos y una alemana; seríamos cinco.

Me mostró mi habitación, charlamos un poco, me recosté 15 minutos, tratando de descansar mi espalda y mi mente. Acababa de pagar 30 días de renta. Por fin podría cambiar mi rutina de cada día empacar y caminar sin rumbo. Así que decidí salir a dar la vuelta, sin un bulto destrozándome los hombros.

Sintiéndome liberada, me llamó la atención un grupo de gente en una rueda; me acerco, algunos me dan el paso y, de repente, me encuentro en primera fila.

Un señor, tres bolitas negras y una roja captaron, por error, mi atención. La dinámica era pagar 20 euros y atinar dónde quedaba la bolita roja.

Como espectador, todo parecía sencillo. El participante da sus 20 euros, el estafador mueve los tres objetos y yo veo exactamente dónde está nuestro objetivo; “a la izquierda”, quiero gritarle. El señor habla y da su veredicto erróneo.

“Noooo”, sentí que yo misma había perdido. Acto seguido, en cuestión de segundos, ya me estaban presionando para participar, además, mi expresión de haber identificado la jugada anterior, me delataba.

“No traigo 20 euros”, “No hay problema, lo que traigas”. Saco la cartera y mi único presupuesto, y con único me refiero al último del mes, era de 50 euros.

Apenas se vislumbraba el billete, cuando uno de los compinches ya lo había tomado y entregado a la mesa. Tres segundos bastaron para hacerme sentir frustrada conmigo misma. Evidentemente, en esa ocasión, no vi dónde quedó la méndiga bolita. Y me fui.

Todavía 200 metros adelante me alcanza un españolete para decirme que entiende cómo me siento, que son una mafia; incluso, que ese juego es ilegal. Le agradezco sus palabras y sigo caminando hasta la orilla del mar. Ahí me siento y, como de costumbre, pienso en cómo compensar lo que acabo de hacer. A una acción estúpida, le corresponde una reacción estúpida. Mi idea fue no comer nada hasta que pasara el tiempo suficiente para “recuperar” mis 50 euros. Santo castigo.

A lo largo de los días que estuve en aquella ciudad, vi al señor que me consoló con aquellas palabras ser parte del grupo que te engatusa y estafa, vi al personaje que “perdió” sus 20 euros cuando me detuve a verlos, jugando nuevamente como gancho al público; a la señora en la porra… A más de 10 personas involucradas. Los vi levantar el changarro y correr cuando llegaba la policía y a mucha gente gritándole a las nuevas presas que no cayeran…

Yo también he blofeado mucho, pero cuando a ti te sucede, en cualquier circunstancia, es bastante desagradable; así es que hoy prefiero un fair play.

3 comentarios:

  1. Pésima experiencia :( y seguramente a partir de ahí dijiste: "Tengo que vengarme" por ello ahora tenemos aquí a la súper adicta a los juegos!!!

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  2. Ouch...que lección tan fuerte, por eso siempre es mejor jugar con la bola que no da una jajaja besos te adoro y me encanta este blog y todo lo que escribes :-)

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  3. Hasta chipil me puse de recordar esta historia, creo que una de las cosas más tristes que te pueden suceder es perder los últimos centavos.

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