viernes, 7 de mayo de 2010

Humeando la vida


Mi historia de humo comenzó en mi viaje de backpacker, en el que las horas de soledad, a la orilla de las vías del tren, transcurrían lentas.

Observaba a la gente alrededor y veía a muchos viajeros solos, expecantes, que encendían un cigarrillo y se veían interesantes, pensativos y seguros.

Así, a los 25 años –tarde dirían algunos- compré mi primera cajetilla en una máquina despachadora, como a 7 euros; he de confesar que jamás imaginé que hoy fumaría esa cantidad diariamente.

Hoy en día, comparto la idea de que te puede faltar cualquier cosa, menos tus cigarros.

Si eres flojo, no dudas en levantarte de la cama y bajas a la tienda más cercana, incluso, si eso requiere sacar el coche y avanzar un par de cuadras, y, recalco, sólo por ese motivo.

Por ellos, eres capaz de hablarle a la persona que peor te cae para pedirle, con tu mejor sonrisa falsa, uno de los suyos.

También, fumar las marcas que odias, colores, tamaños y sabores, casi casi pasto.

Puedes compartirlo con más de dos personas si es el último, aunque tenga un toque de quemado espantoso.

Si no traes encendedor, situación aún más desesperante que las anteriores -ya que tienes la tentación a la mano y te dan ganas de tallar dos piedras hasta crear una mínima chispa-, prendes uno tras otro para no perder el fuego.

Estás que no puedes ni dar un respiro después de hacer un poco de ejercicio, y, para reponerte, enciendes otro para estabilizar tu ritmo cardiaco.

Tienes tu reserva secreta por si entras en desesperación y no quieres compartir alguno.

Te quieres morir cuando te piden uno de tus tres restantes; pero tú, “con toda la pena”, le robas el penúltimo y el último a cualquiera; y, lamentablemente, yo sí creo en el dicho de: “si no hay cigarros, se acabó la fiesta”.

No hay nada mejor que un tabaco después de una buena película que te deja meditando; tras un viaje en avión de varias horas; con un café, una cerveza; cuando quieres hablar de algo difícil, pensar, concentrarte, desconcentrarte; cuando estás nervisoso, cuando tienes miedo, alegría... y todo lo que, también, podrías hacer sin él, pero que no es igual.

Este vicio me ha acompañado en los mejores años, intenté –sólo una vez y por una promesa sin sentido- dejar de fumar, y tres días me duró el gusto.

Acepto que, como las relaciones humanas, ha evolucionado; se ha vuelto un aliado, un confidente, un escape y cómplice de tantas charlas, estados de ánimo y confesiones.

Es probable que un día, no muy lejano, me despida de él, pero, por el momento, lo disfruto inmensamente…

Así que no, no se acabaron los cigarros en este momento de mi vida.

4 comentarios:

  1. Das en el clavo: el cigarro es como el mejor amigo... siempre está ahí. Puedes llorar con él, festejar, desesperarte, intentar resolver un problema. La diferencia contigo es que a mi ya me llegó la hora de despedirme de él pero ¡no quiero!

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  2. Si realmente lo es, ningún mejor amigo te lleva a la tumba.

    Lo siento, ustedes están en su derecho de fumar como yo de hablar por quienes no lo hacemos. jajaja. Esta semana soy minoría, pero no importa. Aborrezco el cigarro y quedar "impregnado" sin siquiera fumar.

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  3. Concuerdo con que no puede faltar ni el de las chelas y/o café, ni el de después de hacer ejercicio.
    Propongo hacer una coperacha para comprarle a Inphi el "GMMMD" una burbuja como la de Bart Simpson

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  4. No sé si son las múltiples visitas que he hecho últimamente a algunos médicos o el presentar algunos problemillas de salud que me he vuelto pro Ley Antitabaco!

    Antes solía creer lo mismo: si no hay cigarros, se acabó la fiesta. Hoy creo que puedes disfrutar de ello sin necesidad de fumar.

    Sí, aunque suene a mamá, he de compartirles lo que ayer nos dijo un doctor: el tabaco daña por igual a fumadores pasivos y activos, favorece la aparición de cáncer en CUALQUIER parte del cuerpo, si eres propenso a cáncer por x o y, el tabaco es el peor enemigo, y si le sumamos la pérdida económica que genera en nuestros bolsillos y el mal olor que desprendemos gracias a algo que parece ser inofensivo, creo que tenemos razones suficientes para dejar el vicio!!!!

    Repito, aunque suene a mamá, ojalá mis queridos Callalités logren pronto abandonar el vicio; podemos conformarnos con un narguile compartido de vez en cuando ¿no? Los quiero mucho.

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